soy un tipo duro con corazón de hierro
XXV. Charlotte + Milagros
Ella vuelve al dentista. Ella mira extrañada a la joven practicante que la atiende. Le pregunta por su herida, por los puntos. La extracción de su muela fue una experiencia escalofriante. Es que Charlotte no resiste nada. Ella es incapaz de resistir cualquier tipo de dolor.
La joven practicante, de cabello negro y ojos, le dice a Charlotte que se relaje. Hace una semana ya de la operación y Charlotte sigue tensa (es que ella es tan sensible al tacto, tan sensible al dolor) que sigue comprimida y no se atreve a salir de su capullo donde pernocta en posición fetal.
- Deja de tensar los músculos -le recomienda la joven practicante.
- Es que no puedo -le dice Charlotte.
- Dime, ¿te duele?
La joven practicante aprieta con sus dedos la quijada de Charlotte. Empieza a masajearle los músculos de su mandíbula. A Charlotte le duele, pero tiene un miedo atroz de lo que pueda pasar (en seguida Charlotte imagina otra operación igual a la anterior, y se mantiene callada). O se imagina un problema peor, varias operaciones seguidas y muchas jeringas hipodérmicas.
- No. Para nada.
La joven practicante sonríe y se calza los guantes de jebe. Coge una herramienta y le pide a Charlotte que abra lo más que pueda la boca. Pero lo que más le duele a Charlotte (más que todas sus muelas picadas) es abrir tanto la boca. La verdad es que tiene un problema con los músculos de su quijada y no lo quiere aceptar.
- Au.
- ¿Te duele? ¿Qué te duele?
Charlotte está a punto de llorar. Le duele mucho abrir la boca y ya no sabe qué hacer. Y dentro de sí piensa que es una engreída de lo peor. Eres una puta, se repite. Y es cierto.
- Bueno, no hagas mucho esfuerzo si es que te duele.
- Me duele eso y un diente aquí. Creo que está como para una endodoncia.
La joven practicante apunta la luz adentro de la boca de Charlotte. Coge una herramienta que es una especie de espejito y la empieza a revisar.
- Es una muela picada. -La joven practicante lanza un pequeño silbido y en seguida dice- Necesito hacerte una radiografía.
Charlotte todavía está con una especie de babero mientras espera parada en el patio de la Facultad de odontología a que la joven practicante termine de hacer los trámites necesarios.
Es cuando sucede.
Ella hace un movimiento extraño con los dedos y le sonríe lo más que puede. Al principio parecen no reconocerse, o puede ser que sea puro histrionismo de parte de ambas. La cuestión, el punto final, es que ambas se abrazan. O se dan sendos besos en las mejillas. En seguida Charlotte nota que ella está mucho más bella que antes. Y se siente otra vez una escritora loca, sin sostén, que tambalea ante lo corriente de esta situación.
- Han pasado muchos años.
Cuentan los años con los dedos.
- Han pasado casi cinco años.
Ambas hacen muecas extrañas en las caras. Milagros parece medio confundida. Al principio no se lo cree del todo y ha perdido la orientación, ya no se acuerda de los verdaderos motivos por los cuales está ahí parada y parece que va a perder clases.
- ¿Estudias odontología?
- Sí.
- Yo estoy aquí porque me están curando algunos dientes.
Ambas se ríen. Charlotte ha perdido la noción de la realidad. La joven practicante entra en escena y le dice que ya pueden pasar a la sala de rayos X.
- Rayos X -exclama Charlotte, y ambas se ríen a carcajadas de nuevo.
A Milagros le parece patético. Porque su antigua profesora de Literatura es de verdad patética. Antes de separarse intercambian teléfonos. Milagros le pide a Dios dentro de sí que, por favor, nunca llame Charlotte.
Pero Charlotte llama. Apenas pasan un par de días cuando suena el celular de Milagros y ella tiene un mal presentimiento. Hay un mal rollo en todo esto, se repite. Y contesta el teléfono mientras se dirige a ninguna parte por el campus universitario de día. Son las tres de la tarde. El invierno de ése año trae consigo algunos problemas. Milagros teme perder la razón. Y no es que sienta una atracción descontrolada hacia su antigua profesora de Literatura.
- Profesora... -exclama Milagros.
- Ya no soy más profesora.
- Oh, lo siento.
- No lo sientas querida, no es en lo absoluto algo malo.
Y en seguida:
- Qué planes tienes para más tarde.
- Ningún plan. En realidad tengo que estudiar.
- Yo te podría ayudar. No te olvides que he sido profesora tuya. Ja, ja, ja...
- Sí, claro que lo recuerdo.
Milagros piensa que un rayo misterioso atraviesa el cielo de par en par.
- Pero dudo que sepas algo de odontología.
- He aprendido un par de cosas desde que visito tu Facultad.
Milagros mira confundida la cafetería de letras. Está sentada en una banquita junto al camino y habla por su celular. Cualquiera que la vea sentada allí descubriría por la expresión de su rostro lo que está pasando.
- ¿Recuerdas cuando me leíste en el taxi aquellos poemas?
Milagros tuerce una sonrisa. Por un segundo piensa en colgar pero no lo hace. No reacciona.
- ¿Qué poemas?
- Ya no los recuerdas.
- Oh, creo que sí.
- Debiste ser poeta, Milagros, no sé por qué estudiaste medicina.
- Odontología...
- Es igual.
Milagros asiente.
- Supongo que sí.
- Entonces, ¿cuándo nos vemos?
- No lo sé. ¿Otro día?
- Dónde es que estás...
- En la Universidad.
- ¿Y si paso por ahí y te recojo?
- No creo que sea buena idea.
Charlotte alza el tono de su voz. Esta muy nerviosa. Le sudan las manos. Su teléfono celular casi se le resbala y cae al lavadero lleno de agua y platos sucios.
- ¿Y por qué no?
- Tengo examen.
- Ya veo.
- ¿Y qué tal mañana?
- Mañana podría ser.
Milagros se pone de pié otra vez. Empieza a caminar. No sabe en qué va a terminar todo esto y se arrepiente mucho de haber conocido a Charlotte. Nunca debió buscarla. Ahora es demasiado tarde para negarlo todo. Siempre es demasiado tarde si uno ha decidido enfrentarse a sus propios demonios. Solo queda mover la cabeza de arriba a abajo y aceptar. Con suerte puedes salvarte un minuto antes de consumar tu pena.
Ella vuelve al dentista. Ella mira extrañada a la joven practicante que la atiende. Le pregunta por su herida, por los puntos. La extracción de su muela fue una experiencia escalofriante. Es que Charlotte no resiste nada. Ella es incapaz de resistir cualquier tipo de dolor.
La joven practicante, de cabello negro y ojos, le dice a Charlotte que se relaje. Hace una semana ya de la operación y Charlotte sigue tensa (es que ella es tan sensible al tacto, tan sensible al dolor) que sigue comprimida y no se atreve a salir de su capullo donde pernocta en posición fetal.
- Deja de tensar los músculos -le recomienda la joven practicante.
- Es que no puedo -le dice Charlotte.
- Dime, ¿te duele?
La joven practicante aprieta con sus dedos la quijada de Charlotte. Empieza a masajearle los músculos de su mandíbula. A Charlotte le duele, pero tiene un miedo atroz de lo que pueda pasar (en seguida Charlotte imagina otra operación igual a la anterior, y se mantiene callada). O se imagina un problema peor, varias operaciones seguidas y muchas jeringas hipodérmicas.
- No. Para nada.
La joven practicante sonríe y se calza los guantes de jebe. Coge una herramienta y le pide a Charlotte que abra lo más que pueda la boca. Pero lo que más le duele a Charlotte (más que todas sus muelas picadas) es abrir tanto la boca. La verdad es que tiene un problema con los músculos de su quijada y no lo quiere aceptar.
- Au.
- ¿Te duele? ¿Qué te duele?
Charlotte está a punto de llorar. Le duele mucho abrir la boca y ya no sabe qué hacer. Y dentro de sí piensa que es una engreída de lo peor. Eres una puta, se repite. Y es cierto.
- Bueno, no hagas mucho esfuerzo si es que te duele.
- Me duele eso y un diente aquí. Creo que está como para una endodoncia.
La joven practicante apunta la luz adentro de la boca de Charlotte. Coge una herramienta que es una especie de espejito y la empieza a revisar.
- Es una muela picada. -La joven practicante lanza un pequeño silbido y en seguida dice- Necesito hacerte una radiografía.
Charlotte todavía está con una especie de babero mientras espera parada en el patio de la Facultad de odontología a que la joven practicante termine de hacer los trámites necesarios.
Es cuando sucede.
Ella hace un movimiento extraño con los dedos y le sonríe lo más que puede. Al principio parecen no reconocerse, o puede ser que sea puro histrionismo de parte de ambas. La cuestión, el punto final, es que ambas se abrazan. O se dan sendos besos en las mejillas. En seguida Charlotte nota que ella está mucho más bella que antes. Y se siente otra vez una escritora loca, sin sostén, que tambalea ante lo corriente de esta situación.
- Han pasado muchos años.
Cuentan los años con los dedos.
- Han pasado casi cinco años.
Ambas hacen muecas extrañas en las caras. Milagros parece medio confundida. Al principio no se lo cree del todo y ha perdido la orientación, ya no se acuerda de los verdaderos motivos por los cuales está ahí parada y parece que va a perder clases.
- ¿Estudias odontología?
- Sí.
- Yo estoy aquí porque me están curando algunos dientes.
Ambas se ríen. Charlotte ha perdido la noción de la realidad. La joven practicante entra en escena y le dice que ya pueden pasar a la sala de rayos X.
- Rayos X -exclama Charlotte, y ambas se ríen a carcajadas de nuevo.
A Milagros le parece patético. Porque su antigua profesora de Literatura es de verdad patética. Antes de separarse intercambian teléfonos. Milagros le pide a Dios dentro de sí que, por favor, nunca llame Charlotte.
Pero Charlotte llama. Apenas pasan un par de días cuando suena el celular de Milagros y ella tiene un mal presentimiento. Hay un mal rollo en todo esto, se repite. Y contesta el teléfono mientras se dirige a ninguna parte por el campus universitario de día. Son las tres de la tarde. El invierno de ése año trae consigo algunos problemas. Milagros teme perder la razón. Y no es que sienta una atracción descontrolada hacia su antigua profesora de Literatura.
- Profesora... -exclama Milagros.
- Ya no soy más profesora.
- Oh, lo siento.
- No lo sientas querida, no es en lo absoluto algo malo.
Y en seguida:
- Qué planes tienes para más tarde.
- Ningún plan. En realidad tengo que estudiar.
- Yo te podría ayudar. No te olvides que he sido profesora tuya. Ja, ja, ja...
- Sí, claro que lo recuerdo.
Milagros piensa que un rayo misterioso atraviesa el cielo de par en par.
- Pero dudo que sepas algo de odontología.
- He aprendido un par de cosas desde que visito tu Facultad.
Milagros mira confundida la cafetería de letras. Está sentada en una banquita junto al camino y habla por su celular. Cualquiera que la vea sentada allí descubriría por la expresión de su rostro lo que está pasando.
- ¿Recuerdas cuando me leíste en el taxi aquellos poemas?
Milagros tuerce una sonrisa. Por un segundo piensa en colgar pero no lo hace. No reacciona.
- ¿Qué poemas?
- Ya no los recuerdas.
- Oh, creo que sí.
- Debiste ser poeta, Milagros, no sé por qué estudiaste medicina.
- Odontología...
- Es igual.
Milagros asiente.
- Supongo que sí.
- Entonces, ¿cuándo nos vemos?
- No lo sé. ¿Otro día?
- Dónde es que estás...
- En la Universidad.
- ¿Y si paso por ahí y te recojo?
- No creo que sea buena idea.
Charlotte alza el tono de su voz. Esta muy nerviosa. Le sudan las manos. Su teléfono celular casi se le resbala y cae al lavadero lleno de agua y platos sucios.
- ¿Y por qué no?
- Tengo examen.
- Ya veo.
- ¿Y qué tal mañana?
- Mañana podría ser.
Milagros se pone de pié otra vez. Empieza a caminar. No sabe en qué va a terminar todo esto y se arrepiente mucho de haber conocido a Charlotte. Nunca debió buscarla. Ahora es demasiado tarde para negarlo todo. Siempre es demasiado tarde si uno ha decidido enfrentarse a sus propios demonios. Solo queda mover la cabeza de arriba a abajo y aceptar. Con suerte puedes salvarte un minuto antes de consumar tu pena.
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